Ritos de iniciación lectora.
A veces, me parece que estudiar literatura fue un capricho mío o del destino. Me inclinó más por el segundo. Nunca he sido lo que suele llamarse una ‘lectora ávida’, el primer libro que tuve fue entre los seis y ocho años, mi mamá me llevó a una feria del libro y ‘elegí’ un libro. No recuerdo el título, pero era una pequeña novela sobre unicornios. La lectura fue grata, aunque no tan significativa, más que por la etiqueta de ‘mi primer libro’. Después, en la primaria la profesora hizo una pequeña librería en el salón y cada uno tenía que llevarse un libro a casa y entregar un resumen. Elegí un libro álbum (el texto era mínimo, a veces, escaso). Un compañero hojeó mi elección y me dijo: qué fácil la tienes, son puras imágenes. Cuando llegué a mi casa abrí el libro, me la pasaba horas viéndolo e imaginando todo lo que las ilustraciones me sugerían. Inventé historias a partir de los personajes o las situaciones que se ilustraban. Llegó el día de entregar el resumen, fue difícil establecer cual era el argumento, para mí trataba de muchas cosas que no podía explicar, me sentí mal porque ¡la tenía fácil, eran solo imágenes!
Luego, la secundaria transcurrió sin ninguna novedad, tenía una maestra buenísima, pero con la mirada puesta en los clásicos. Odié El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha y la poesía. Leía para entregar los trabajos escolares y nunca por un interés personal. En la preparatoria compré Cien años de soledad y cierta curiosidad salió a flote. No obstante, puedo decir que con la Ilíada y la Odisea empecé a interesarme en la literatura, me fascinó tanto la idea del viaje que de ahí surgió la inquietud por conocer otros textos. Este fue el pretexto para estudiar literatura, no sabía lo que me esperaba, pero ha sido la travesía más alucinante he vivido.
